Tiene el biotipo del clásico punta Xeneize: va bien de arriba, hace sentir su indudable peso físico, muestra de una voluntad inquebrantable para buscar absolutamente todas las pelotas y luchar contra todos (como en la primera parte, cuando quedó solo contra la multitud de rivales que lo neutralizaron). No la rompió ni mucho menos, pero hizo enloquecer de alegría al Número Doce, metiendo el cabezazo del minuto 67 que penetró como una puñalada en el corazón de River.
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